Infanticidio

Ana lo siente mucho. Muchísimo. Siente mucho haberla matado. Pero era ella o era ella.

Eso pasa a veces. O bueno, no. Más bien, casi nunca pasa.

Casi nunca pasa que estás con tu única hermana, en un espacio chiquitito y oscuro, por días y días, sin saber por qué. Porque luego de ocho años, aún ella no sabe por qué pasó todo esto. Se supone que nadie sabe muy bien por qué pasó.

Ella no recuerda nada. Y eso que trata y trata de recordar. Todas las noches, antes de dormir, cierra los ojos con mucha fuerza, hasta que todo queda oscuro, como fue en esos días. Ana cree que, si vuelve a estar en la oscuridad, en algún momento se va a acordar de todo. No es que quiera esos recuerdos. Pero quiere poder entender por qué alguien como ella, que es una niña buena, mataría a su propia hermana.

El doctor dice que es normal que no recuerde. Mamá la llevó a visitarlo porque tiene muchas pesadillas. Ana cree que es porque trata tanto, pero tanto de recordar lo que pasó, que termina soñando cosas feas. Pero él dice que es normal que no se acuerde. Como si fuera normal que uno no recuerde que mató a su hermana.

Papá dice que, a veces, cosas malas pasan en el mundo. Cuando dice eso, se ve tan triste como Ana. O más bien, se ve muy, muy enojado. Ana no sabe con quién está enojado. A veces cree que es con ella. Pero después le da un beso y le dice que no tiene la culpa de nada.

Mamá llora mucho si le preguntan. Por eso, Ana casi nunca le pregunta. Pero mamá, a veces, la hace sentir mejor. Ella le explica que no había suficiente para las dos y que así es la naturaleza. Por ejemplo, si un perrito encuentra un trozo de carne en el basurero y se lo come todo porque tiene hambre, es normal. Es natural que no lo comparta con otro perrito, aunque sea su hermano. Si se lo da, él también muere de hambre. Mamá dice que Ana hizo lo que debía hacer.

Y, a veces, Ana cree que tiene razón: ella hizo lo que debía hacer, aunque matara a su hermana. Porque ni ella ni ella quisieron estar encerradas ahí, en la oscuridad, días y días. Fueron ellos quienes las pusieron ahí. Ellos. Como si ellas fuesen malas y tuvieran que estar en la cárcel, que es donde va la gente mala. Y fueron ellos quienes no les dieron de comer, como hace la gente mala. Ellos las encerraron, como pasa con otras niñas que se las llevan a la fuerza a la salida de la escuela y las meten en un lugar oscuro, donde pasan días y días, como ellas, y nadie sabe ni siquiera dónde están, o si tan siquiera, son.

Entonces, Ana se da cuenta de que, en verdad, ni ella ni su hermana tuvieron la culpa. Fueron ellos quienes las encerraron ahí, hasta que su hermana ya no se movió más. Y Ana se quedó sola, por días y días, sola con su cuerpo muerto, que luego papá y mamá pusieron en una tumba chiquita del pueblo y que no tiene nombre, porque su hermana nunca tuvo ni siquiera nombre. Y, a veces, cuando está ahí con papá y mamá, Ana se enoja mucho con ellos porque, aun sabiendo que no había suficiente para las dos y que nunca lo habría, las tuvieron encerradas, dentro de mamá, por siete meses. Y, ahora, están tristes de que su hermana muriera de hambre.

Pero Ana no les cree. Ella cree que, si sabían que todo iba a ser tan triste, no las hubieran puesto a las dos ahí. Ahora ella sueña cosas feas, pensando en lo cerca que tuvo la cara muerta de su hermana, enfrente de sí, por días y días, hasta que vino la luz, que ya no sirve de nada.

Ana lo siente mucho. Muchísimo. Siente mucho haber matado a su hermana. Pero era ella o era ella.

Y dice mamá que esa es la naturaleza. Y dice mamá también que, a veces, a la naturaleza la llaman dios.