Es difícil caminar en Dubái

De Dubái, la gente suele escuchar que tiene el edificio más alto del mundo, que las patrullas son Lamborghinis y que las máquinas dispensadoras venden laptops y barras de oro.

Sin embargo, lo que la gente no suele escuchar de Dubái es que se trata de una ciudad donde no es fácil caminar. Ya sea porque hace un calor de cuarenta y ocho grados centígrados, o porque es una urbe construida con petrodólares, conducir es altamente incentivado, al grado de que las aceras, los puentes y los cruces peatonales son tan fantasiosos aquí como para el resto del mundo es imaginarse que el agua y la gasolina cuesten prácticamente lo mismo.

De eso se lamenta Ahmed, mientras espera en un Starbucks y observa el reloj cada veinte segundos. Eligió el hotel porque se encuentra justo frente a las oficinas de la compañía. Incluso, la situación es tan irónica que, desde su habitación, al abrir las cortinas, puede ver la sala de reuniones.

Pero, cuando sale rumbo a la junta con los inversionistas, se da cuenta de que no puede cruzar la autopista. No hay semáforo, no hay puente, no hay túnel. Solo carros, cemento y una valla insalvable.

No le queda más remedio, entonces, que tomar un taxi para que lo lleve alrededor de la autopista, por treinta ridículos minutos, hasta llegar a la sala de reuniones que puede ver al abrir las cortinas de su cuarto. Absurdo.

Sin embargo, en una ciudad de exageraciones como lo es Dubái, siempre hay espacio para que se escriban más inverosimilitudes. A medio camino, el taxi comienza a echar humo y se rehúsa a avanzar en el calor de un sitio que nunca debió haberse convertido en ciudad porque su esencia, desde tiempos inmemoriales, es desértica.

Exasperado, Ahmed abandona el taxi y entra en un Starbucks. Mientras abre la puerta hacia un delicioso aire acondicionado con aroma a café, pide un Uber que, con el tránsito del día, se encuentra a catorce minutos de distancia. Por la gran mierda… Al menos, le da tiempo para un latte y para lamentarse, por supuesto, de que es irremediablemente tarde para la reunión con los inversionistas.

Nunca podrá independizarse de su padre. Nunca. Tendrá que ser uno de esos hombres, por siempre cuestionados, porque heredaron un imperio y no lo crearon desde la nada, tal y como lo mandan los cuentos de hadas capitalistas, en que los héroes no son príncipes que nacen en un castillo, sino que se hacen a sí mismos desde los proletarios campos de trigo.  

Mientras se lamenta de que siempre será una copia de su padre, una copia barata y nada más, y el Uber está a ocho minutos de absurda distancia, se da cuenta de que, más allá, en otra mesa, se encuentra una mujer hermosa. O más que hermosa, es una mujer única. Su cabello es tan rubio como mirar de frente al sol deslumbrante. Sus labios tan tentadores como la brisa de la tarde y el agua fresca. Su figura tan deliciosa como serían los orgasmos si pudieran verse.

Ahmed toma el teléfono celular y cancela el Uber. Es tarde ya. Luego, llama a la oficina que se ve desde la habitación de su hotel y anuncia que “I deeply apologize” pero, por motivos de fuerza mayor, no podrá llegar a la reunión hoy. En cualquier caso, da lo mismo. Ya sabe que nunca podrá independizarse de su padre.

Lo que aún no sabe, así como no sabía que Dubái es una ciudad donde no es fácil caminar, es que acaba de ver, por primera vez, a la mujer que se convertirá en la obsesión de su vida.

Será la mujer a la que invitará a salir, con la que tendrá fantasías húmedas cada noche hasta que llegue el fin de semana siguiente y puedan verse en el restaurante japonés, la mujer con la que deseará tener sexo mientras aparenta comer tranquilamente el sushi con palillos, la mujer que por fin podrá llevarse al hotel y cogérsela mientras, desde el balcón, ve la sala de reuniones donde debió conocer a los inversionistas que lo llevarían a ser independiente de su padre, la mujer que le pedirá, entre gemidos, que la penetre aún más fuerte, con todas sus fuerzas, que le rogará que le ponga sus manos alrededor de su cuello hasta casi estrangularla porque siente mejor el orgasmo si le falta el aire y la excita aún más imaginarse que la están violando, y él, quien nunca había imaginado tan siquiera que el sexo pudiera confundirse con la violencia, que parece tan lejana al placer, hará tal y como ella le ordena, porque no sea que vaya a pensar que es él un hombre sin experiencia, para quien el sexo siempre ha tenido sabor a vainilla, así que la penetrará tan fuerte como ella lo exige, pondrá las manos en su cuello, que el más bien desea besar, hasta casi cortarle el aire y esta mujer, con un grito de placer, estremecerá su cuerpo en la más orgásmica sensación que jamás creyó poder experimentar en esta tierra de desiertos donde a veces, incluso, parece que no hay vida. Y esa mujer se convertirá en su obsesión en noches de desvelo en una cama vacía, en madrugadas de eyaculaciones solitarias, en crepúsculos inconfesables, se convertirá en su obsesión por segundos, por minutos, por horas y por dos días hasta que unos policías, de esos que conducen Lamborghinis, llamen a la puerta de su hotel y lo arresten, acusado por violación, y lo lleven a una cárcel infernal como lo es este desierto, donde permanecerá cuatro meses, hasta que su padre le pague a la mujer la absurda suma de medio millón de dólares para que quite los cargos en contra suya y él pueda salir de prisión, aunque nunca recuperar la libertad porque lo que Ahmed aún no sabe, mientras está sentado en ese Starbucks, es que acaba de ver, por primera vez, a la mujer que se convertirá en la obsesión de su vida, de la que ansiará vengarse tanto, tanto, pero tanto, que independizarse de su padre dejará de ser su sueño en la vida para convertirse en algo banal, insignificante, incluso absurdo, porque lo único que importará es hallar a esa mujer sea donde sea que se encuentre en este mundo, aunque sea como buscar un grano único de arena en el desierto, para esta vez ponerle las manos alrededor de su cuello y estrangularla, hasta que sienta el otro extremo de ese orgasmo tan de los dioses, la muerte más terrible destinada a un simple mortal, hasta que pueda humillarla, torturarla y asesinarla como ella lo humilló, torturó y asesinó hasta dejar de él tan solo la sombra más oscura.